
NOTICIAS CUSCO 26/01/2025: EN SU VISITA PROTOCOLAR DEL ALCALDE LUIS PANTOJA, SE PUDO GESTIONAR LA REPATRIACIÓN DE LOS RESTOS DEL HIJO DE TÚPAC AMARU II, DE MADRID AL CUSCO…
El 30 de julio de 1798 «Fernando Tupamaro» es enterrado de limosna en la iglesia de San Sebastián de Madrid. Fue una muerte olvidada: era un joven de 30 años, que había sido exiliado a España desde lo que era el virreinato del Perú, que consiguió estudiar en Getafe y vivir en el barrio de las Letras, que se buscó la vida y sufrió hasta que murió en la indigencia, enfermo, sin sucesión. Sin embargo, su nombre estaba españolizado: se trataba de Fernando Túpac Amaru Bastidas, último descendiente de los incas. Era uno de los tres hijos de Túpac Amaru II, quien inició una gran rebelión frente a los españoles y que como consecuencia fue descuartizado en 1784.
El abogado peruano Ricardo Noriega Salaverry (1947-2024) encargó a su amigo el doctor en Economía español Aldo Olcese encontrar los restos de Fernandito, como es conocido en Perú. Olcese halló la partida de defunción en la iglesia, tras una investigación realizada en mitad de la pandemia en colaboración con Alfonso Lozano Lozano, quien fue vicario episcopal de la vicaría tercera de Madrid hasta septiembre de 2021, cuando cogió su testigo Ángel López Blanco.
El alcalde de Cuzco, Luis Pantoja Calvo, visitó esta semana la iglesia, donde formalizó junto con el Arzobispado de Madrid y en presencia del embajador de Perú en España la entrega de lo que serán unos restos simbólicos, ya que el cuerpo no se conservó. Pantoja afirma que es «un hecho histórico sin precedentes» para su país y que supone «un abrazo fraternal» entre España y Perú. «Repatriar los restos de Fernandito es un acto de dignidad, de sanación de heridas y de hermanamiento», asegura Pantoja.
Una urna con tierra procedente de la cripta donde se sitúa que pudo estar la tumba de Fernandito hará el viaje de vuelta en los próximos meses, pues solo falta que el Ministerio de Asuntos Exteriores envíe una carta al arzobispo de Madrid.
A las 9:40 de la mañana del 22 de enero Pantoja llegaba a la sede de la Vicaría tercera de Madrid, en la calle de Atocha. La lluvia mojaba la fachada de la iglesia en la que está enterrado Lope de Vega y en la que se encuentra la partida de defunción de Miguel de Cervantes. Veinte minutos después de una reunión entre Pantoja, los vicarios episcopales –predecesor y actual–, Olcese y el embajador del Perú en España, Luis Ibérico, se produjo la foto. Un posado en el que sujetan una urna traída desde la ciudad peruana de más de 400.000 habitantes, que será llevada de vuelta y que evoca la memoria de Fernandito. Pero el camino hasta este retrato se inició hace cuatro años.
Olcese, doctor en Economía y vicepresidente de la Real Academia Europea de Doctores, escuchó de su amigo Salaverry una historia que no conocía y que le «conmovió», no solo por el relato histórico sino por la «pasión» con la que fue contada y la importancia que tenía en la identidad peruana. «Aldo, me tienes que ayudar a encontrar a este hombre porque es fundamental para el pueblo inca, para Perú. Esto es una parte de nuestra historia», cuenta Olcese que le dijo Salaverry, un abogado defensor de las causas de los indígenas que falleció en 2024.
Esa crónica que le contó Salaverry ocurrió en el siglo XVIII. José Gabriel Condorcanqui, conocido como Túpac Amaru II y nacido en 1738, lideró una rebelión contra la dominación española en Cuzco. Este –que era de origen mestizo, pero descendiente del último Inca, Túpac Amaru I (1545-1572)– ejercía de intermediario entre indígenas y autoridades españolas. Su levantamiento culminó con la ejecución del corregidor de la provincia de Tinta, Antonio de Arriaga. El 18 de mayo de 1781, Túpac Amaru II fue decapitado y descuartizado en la Plaza Mayor de Cuzco junto a su mujer Micaela Bastidas, que murió por garrote, y a su hijo mayor, Hipólito, al que ahorcaron. Sirvió también como un aviso para los posibles sublevados: mostraron sus restos en las principales ciudades del virreinato; una «crueldad exagerada para la época», según un documento de María de los Ángeles Pacheco para el Archivo General de Indias.